14 de marzo
“Como aquel a quien consuela su madre, así os consolaré yo a vosotros.” Isaías 66: 13.
¡El consuelo de una madre! Ah, es la ternura misma. ¡Cómo se adentra una madre en el dolor de su hijo! ¡Cómo lo estrecha contra su pecho, y trata de extraerle toda su aflicción para trasladarla a su propio corazón! Él puede contarle todo a ella, ya que se identificará con el problema como nadie podría hacerlo. Entre todos los consoladores, el niño prefiere a su madre, e incluso hombres adultos han descubierto que esto es así.
¿Acaso Jehová condesciende a hacer el papel de una madre? Esto, en verdad, es bondad. Podemos percibir con facilidad que Él sea un padre; pero ¿será también como una madre? ¿Acaso no nos invita esto a una santa familiaridad, a una confianza sin reservas, a un reposo sagrado? Cuando Dios se convierte en “el Consolador” ninguna angustia puede permanecer por largo tiempo. Cada uno de nosotros ha de contarle su problema, aunque los sollozos y los suspiros se conviertan en nuestra primera expresión. Él no nos despreciará por nuestras lágrimas; nuestra madre no lo hizo. Él considerará nuestra debilidad así como lo hizo ella, y quitará nuestras faltas, sólo que lo hará de una manera más cierta y más seguro de lo que nuestra madre podría hacerlo. No procuraremos llevar solos nuestro dolor: eso sería rudo para Uno tan gentil y tan amable. Comencemos el día con nuestro amante Dios, y, ¿por qué no lo terminamos en la misma compañía, puesto que las madres nunca se cansan de sus hijos?