13 de septiembre
«También sus cielos destilarán rocÃo.» Deuteronomio 33: 28.
Lo que representa el rocÃo para el mundo de la naturaleza, en el Oriente, asà es la influencia del EspÃritu en el reino de la gracia. ¡Cuán grandemente la necesito! Sin el EspÃritu de Dios soy una planta seca y marchita. Me doblego, desfallezco y me muero. ¡Cuán dulcemente me reanima este rocÃo! Una vez que soy favorecido con él, me siento feliz, vigoroso, elevado. No necesito nada más. El EspÃritu Santo me trae vida, y todo lo que la vida requiere. Sin el rocÃo del EspÃritu, todo lo demás es menos que nada para mÃ: oigo, leo, oro, canto, me acerco a la mesa de la comunión, y no encuentro ninguna bendición en todo ello, hasta que el EspÃritu Santo me visita. Pero cuando Él me riega, todo medio de gracia es dulce y beneficioso.
¡Qué promesa es esta para mÃ! «También sus cielos destilarán rocÃo.» Seré visitado por la gracia. No me quedaré en mi sequÃa natural, o en el ardiente calor del mundo, o en el simún de la tentación satánica. ¡Oh, que en esta precisa hora sintiera el suave rocÃo silente y saturador del Señor! ¿Por qué no habrÃa de sentirlo? Aquel que me ha hecho vivir como vive la hierba en el prado, me tratará como trata a la hierba: me refrescará desde lo alto. La hierba no puede pedir el rocÃo como yo puedo hacerlo. Seguramente, el Señor que visita a la planta que no ora, responderá a Su hijo suplicante.